Jesús ante Herodes

Cuando éramos pequeños para el 28 de diciembre, el día de los inocentes, se acostumbraba a gastar bromas o pedir préstamos de cosas que luego no se devolvían. En estos casos, al incauto que cedía algo se le recitaba unos tradicionales versos: “Herodes mandó a Pilato; Pilato mandó a su gente, el que presta en este día, pasará por inocente”. Al parecer la estrofa tiene su origen en costumbres españolas que se trasladaron a los países de la América indiana. En cualquier caso, hay un obvio error al confundir dos reyes Herodes. Uno es Herodes el Grande, que fue el que, al no regresar los magos, mandó matar a todos los niños de Belén con la esperanza de asesinar también al rey que había nacido; el otro es su hijo, Herodes Antipas, quien fue tetrarca de Galilea después de la muerte de su padre, y cuyo reinado coincidió con el gobierno del procurador romano de Judea, Poncio Pilato, al que los jefes del Sanedrín hebreo llevaron a Jesús de Nazaret para acusarle de subversión política y de rebeldía contra el poder del Emperador.

Según el evangelio de Lucas, Pilato remitió al prisionero a Herodes que se encontraba en esa fiesta de pascua en su palacio de Jerusalén. Veamos cómo Lucas relata este curioso hecho: “El Consejo [judío] en pleno se levantó y llevaron a Jesús ante Pilato. Allí empezaron con sus acusaciones: «Hemos comprobado que este hombre es un agitador. Se opone a que se paguen los impuestos al César y pretende ser el rey enviado por Dios.» Entonces Pilato lo interrogó en estos términos: «¿Eres tú el rey de los judíos?» Jesús le contestó: «Tú eres el que lo dice.» Pilato se dirigió a los jefes de los sacerdotes y a la multitud. Les dijo: «Yo no encuentro delito alguno en este hombre.» Pero ellos insistieron: «Está enseñando por todo el país de los judíos y sublevando al pueblo. Comenzó en Galilea y ha llegado hasta aquí.» Al oír esto, Pilato preguntó si aquel hombre era galileo. Cuando supo que Jesús pertenecía a la jurisdicción de Herodes, se lo envió, pues Herodes se hallaba también en Jerusalén por aquellos días. Al ver a Jesús, Herodes se alegró mucho. Hacía tiempo que deseaba verlo por las cosas que oía de él, y esperaba que Jesús hiciera algún milagro en su presencia. Le hizo, pues, un montón de preguntas. Pero Jesús no contestó nada, mientras los jefes de los sacerdotes y los maestros de la Ley permanecían frente a él y reiteraban sus acusaciones. Herodes con su guardia lo trató con desprecio; para burlarse de él lo cubrió con un manto espléndido y lo devolvió a Pilato. Y ese mismo día Herodes y Pilato, que eran enemigos, se hicieron amigos” (Lc. 23, 1-13).

Una mención a esta especie de reconciliación se observa en la oración de los discípulos que el mismo Lucas recoge en el libro de los Hechos de los Apóstoles: “Al oírlos, todos levantaron la voz y oraron a Dios unánimemente: «Señor, tú hiciste el cielo y la tierra, el mar y todo lo que hay en ellos; tú, por medio del Espíritu Santo, pusiste estas palabras en labios de nuestro padre David, tu servidor: «¿Por qué se amotinan las naciones y los pueblos hacen vanos proyectos? Los reyes de la tierra se rebelaron y los príncipes se aliaron contra el Señor y contra su Ungido». Así ellos cumplieron todo lo que tu poder y tu sabiduría habían determinado de antemano. Porque realmente se aliaron en esta ciudad Herodes y Poncio Pilato con las naciones paganas y los pueblos de Israel, contra tu santo servidor Jesús, a quien tú has ungido” (Hechos 4, 24-27).

Algunos investigadores han puesto en duda el episodio, fundándose especialmente en que Lucas haría incurrir a Pilato en una falta a sus deberes como juez. Según la ley romana aplicable el tribunal competente era el del lugar donde se habían perpetrado los delitos, y no en el del lugar de origen del imputado. A estos efectos se trae a colación un pasaje del jurista romano Celso (67-130 d.C.) que se ha conservado en el Digesto, según el cual “No es dudoso, que de cualquier provincia que sea el hombre, que es sacado de la prisión, debe conocer de ello el que es Presidente de la provincia en que se ventila el caso” (D. 48.3.11). La competencia la fijaría el forum delicti commissi y no el forum originis.

Algunos han pensando que tampoco Herodes hubiera sido competente según el forum originis ya que, habiendo nacido Jesús en Belén, su origen también estaba en Judea y no en Galilea. Pero, aparte de que es probable que en la época se diera por sentando que Jesús había nacido en Nazaret y era galileo, lo importante para fijar la competencia de origen no era el lugar de nacimiento, sino el lugar del domicilio, y el acusado manifiestamente estaba domiciliado en Nazaret donde había permanecido por 30 años hasta el inicio de su predicación (Messori, Vittorio, ¿Padeció bajo Poncio Pilatos? Una investigación sobre la pasión y muerte de Jesús, Rialp, 2ª edic., Madrid, 1996, p. 133).

La cuestión de la competencia, que tampoco resulta muy clara por la ignorancia que tenemos sobre las diversas normas y costumbres que regulaban la justicia penal en los tiempos y en las circunstancias de la dominación romana, la que a su vez que reconocía el ejercicio relativo de la soberanía de los pueblos locales, puede tener varias soluciones que permiten respaldar la narración evangélica.

Por una parte, bien podría pensarse que Pilato pensó que Herodes era competente no tanto porque fuera el juez del domicilio del imputado, sino porque compartía con él la competencia por el lugar de la comisión de los delitos, ya que Jesús había enseñado su doctrina tanto en la región de Judea como en la de Galilea. Por otro lado, algunos sugieren que Herodes Antipas podría haber heredado la facultad que le había sido concedida a su padre de pedir la extradición de sus súbditos fugados, cuando eran aprehendidos por los romanos.

Otra objeción que se ha levantado es que, aún en el caso en que Herodes pudiera ser competente, no le estaba permitido ejercer funciones jurisdiccionales fuera de su territorio, de modo que no puede admitirse que se hubiera pretendido que conociera el caso en su palacio de Jerusalén. Pero nada se dice en el relato acerca de que Pilato esperara un juicio inmediato de Herodes, y perfectamente podría haber imaginado que el tetrarca ordenara que el prisionero fuera conducido a Tiberíades, la ciudad de Galilea donde estaba su corte, para allí realizar el juicio.

La versión que parece imponerse entre los especialistas es que el envío de Jesús al palacio de Herodes no fue una medida propiamente jurídica. Más bien fue una especie de gesto amistoso y diplomático que se le ocurrió a Pilato, al oír que Jesús era galileo (cfr. F. F. Bruce, “Herod Antipas, Tetrarch of Galilee and Peraea” en The Annual of Leeds University Oriental Society 5, 1963/65, p. 16). La salida era ingeniosa porque le permitía escapar a las presiones de los jefes judíos que querían que condenara a muerte a Jesús y al mismo tiempo restablecer sus relaciones con Herodes, que no eran de las mejores

Al parecer las relaciones se habían tensado por un episodio que el mismo Lucas menciona (Lc. 13, 1) por el que Pilato había ordenado el asesinato de algunos galileos en el templo de Jerusalén. De allí que la concordia entre ambas autoridades a partir de ese hecho fuera suficientemente notoria como para que los primeros discípulos destacaran la alianza concertada entre Pilato y Herodes (Hechos 4, 24-27). Pilato también podría haber estado molesto con la protesta que hiciera Antipas para congraciarse con los judíos ante el emperador Tiberio por los estandartes romanos que el procurador había ordenado colocar en Jerusalén. Tiberio indignado ordenó a Pilato retirar los estandartes y llevarlos a Cesarea. El episodio es contado por Filón de Alejandría (15 a.C- 45 d.C) en su Legatio ad Gaium (n. 300).

Herodes Antipas apreció el gesto, pero no quiso comprarse el problema que significaba juzgar al prisionero. El mismo no era bien visto por los judíos, ya que no lo era ni por sangre ni por su formación (se educó en Roma) ni menos por el respeto a los preceptos religiosos hebreos. De hecho, bautizó la ciudad creada en las orillas del lago de Galilea como Tiberíades en homenaje al reinante emperador romano Tiberio, y además la construyó sobre un antiguo cementerio, por lo que los judíos la consideraban un terreno impuro y no entraban en ella. Es probable que tampoco quisiera repetir su experiencia con Juan el Bautista, a quien había hecho apresar y luego decapitar poco tiempo antes.

Al negarse Jesús a contestar su interrogatorio, Herodes determinó despreciarlo y burlarse de él vistiéndole con ropajes reales y lo reenvió a Pilato. Este interpretó el gesto como una declaración de inocencia, y así lo expuso ante la turba que vociferaba pidiendo la crucifixión: “Pilato convocó a los jefes de los sacerdotes, a los jefes de los judíos y al pueblo y les dijo: «Ustedes han traído ante mí a este hombre acusándolo de sublevar al pueblo. Pero después de interrogarlo en presencia de ustedes no he podido comprobar ninguno de los cargos que le hacen. Y tampoco Herodes, pues me lo devolvió” (Lc. 23, 13-15).

La esperanza de Pilato de que los jefes judíos desistieran de su reclamo ante el testimonio de inocencia que daba implícitamente Herodes, se vio frustrada, porque seguían exigiendo su crucixión, y esta vez con la amenaza de acusarlo al emperador si lo dejaba en libertad: “si lo sueltas no eres amigo del César, porque el que se hace rey se opone al César” (Juan 19, 12).

Accedió el procurador romano a lo que le pedían y ordenó a sus soldados crucificar a Jesús, a sabiendas de su inocencia. De nada le serviría tratar de eludir su responsabilidad con el gesto de lavarse las manos frente a la iracunda muchedumbre.

La figura de Herodes y su encuentro con Jesús inspirará más tarde a los autores cristianos. San Josemaría Escrivá destacará el silencio del Nazareno ante la corrupción moral del tetrarca: “Durante el simulacro de proceso, el Señor calla. Iesus autem tacebat (Mt XXVI,63). Luego, responde a las preguntas de Caifás y de Pilatos… Con Herodes, veleidoso e impuro, ni una palabra (cfr. Lc XXIII,9): tanto deprava el pecado de lujuria que ni aun la voz del Salvador escucha (Via Crucis I, 1, 3).

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